miércoles, 26 de octubre de 2011

FABULAS INFANTILES


FABULAS

La zorra y el leñador

 Una zorra estaba siendo perseguida por unos cazadores cuando llegó al sitio de un leñador y le suplicó que la escondiera. El hombre le aconsejó que ingresara a su cabaña. Casi de inmediato llegaron los cazadores, y le preguntaron al leñador si había visto a la zorra.
El leñador, con la voz les dijo que no, pero con su mano disimuladamente señalaba la cabaña donde se había escondido.
Los cazadores no comprendieron las  señas de la mano y se confiaron únicamente en lo dicho con la palabra.
La zorra al verlos marcharse, salió sin decir nada.
Le reprochó el leñador por qué a pesar de haberla salvado, no le daba las gracias, a lo que la zorra respondió:
Te hubiera dado las gracias si tus manos y tu boca hubieran dicho lo mismo.
No niegues con tus actos, lo que pregonas con tus palabras




La liebre y la tortuga


En el mundo de los animales vivía una liebre muy orgullosa y vanidosa, que no cesaba de pregonar que ella era la más veloz y se jactaba de ello ante la lentitud de la tortuga.
- ¡Eh, tortuga, no corras tanto que nunca vas a llegar a tu meta! Decía la liebre burlándose de la tortuga.
Un día, a la tortuga se le ocurrió hacerle una inusual apuesta a la liebre:
- Estoy segura de poder ganarte una carrera
- ¿A mí? Preguntó asombrada la liebre.
- Sí, a ti, dijo la tortuga. Pongamos nuestras apuestas y veamos quién gana la carrera.









La liebre, muy ufana, aceptó. Todos los animales se reunieron para presenciar la carrera. El búho señaló los puntos de partida y de llegada, y sin más preámbulos comenzó la carrera en medio de la incredulidad de los asistentes.
Confiada en su ligereza, la liebre dejó coger ventaja a la tortuga y se quedó haciendo burla de ella. Luego, empezó a correr velozmente y sobrepasó a la tortuga que caminaba despacio, pero sin parar. Sólo se detuvo a mitad del camino ante un prado verde y frondoso, donde se dispuso a descansar antes de concluir la carrera. Allí se quedó dormida, mientras la tortuga siguió caminando, paso tras paso, lentamente, pero sin detenerse.
Cuando la liebre se despertó, vio con pavor que la tortuga se encontraba a una corta distancia de la meta. Salió corriendo con todas sus fuerzas, pero ya era muy tarde: ¡la tortuga había ganado la carrera!
Ese día la liebre aprendió, en medio de una gran humillación, que no hay que burlarse jamás de los demás. También aprendió que el exceso de confianza es un obstáculo para alcanzar nuestros objetivos.




El león y el ratón


Después de un largo día de caza, un león se echó a descansar debajo de un árbol. Cuando se estaba quedando dormido, unos ratones se atrevieron a salir de su madriguera y se pusieron a jugar a su alrededor. De pronto, el más travieso tuvo la ocurrencia de esconderse entre la melena del león, con tan mala suerte que lo despertó. Muy malhumorado por ver su siesta interrumpida, el león atrapó al ratón entre sus garras y dijo dando un rugido:
-¿Cómo te atreves a perturbar mi sueño, insignificante ratón? ¡Voy a comerte para que aprendáis la lección!-
El ratón, que estaba tan asustado que no podía moverse, le dijo temblando:
- Por favor no me mates, león. Yo no quería molestarte. Si me dejas te estaré eternamente agradecido. Déjame marchar, porque puede que algún día me necesites –
- ¡Ja, ja, ja! – se rió el león mirándole - Un ser tan diminuto como tú, ¿de qué forma va a ayudarme? ¡No me hagas reír!.
Pero el ratón insistió una y otra vez, hasta que el león, conmovido por su tamaño y su valentía, le dejó marchar.



Unos días después, mientras el ratón paseaba por el bosque, oyó unos terribles rugidos que hacían temblar las hojas de los árboles. Rápidamente corrió hacia lugar de donde provenía el sonido, y se encontró allí al león, que había quedado atrapado en una robusta red. El ratón, decidido a pagar su deuda, le dijo:
- No te preocupes, yo te salvaré.
Y el león, sin pensarlo le contestó:
- Pero cómo, si eres tan pequeño para tanto esfuerzo.
El ratón empezó entonces a roer la cuerda de la red donde estaba atrapado el león, y el león pudo salvarse. El ratón le dijo:
- Días atrás, te burlaste de mí pensando que nada podría hacer por ti en agradecimiento. Ahora es bueno que sepas que los pequeños ratones somos agradecidos y cumplidos.
El león no tuvo palabras para agradecer al pequeño ratón. Desde este día, los dos fueron amigos para siempre.



El Hombre y La Culebra

Un hombre, pasando por un monte, encontró una culebra que ciertos pastores habían atado al tronco de un árbol, y, compadeciéndose de ella, la soltó y calentó.

Recobrada su fuerza y libertad, la culebra se volvió contra el hombre y se enroscó fuertemente en su cuello.
El hombre, sorprendido, le dijo:
- ¿Qué haces? ¿Por qué me pagas tan mal?
Y ella respondió:
- No hago sino obedecer las leyes de mi instinto.

Entretanto pasó una raposa, a la que los litigantes eligieron por juez de la contienda.
- Mal podría juzgar - exclamó la zorra -, lo que mis ojos no vieron desde el comienzo. Hay que reconstruir los hechos.
Entonces el hombre ató a la serpiente, y la zorra, después de comprobar lo sucedido, pronunció su fallo.
- Ahora tú - dirigiéndose al hombre, le dijo -: no te dejes llevar por corazonadas, y tú - añadió, dirigiéndose a la serpiente -, si puedes escapar, vete.

Atajar al principio el mal, procura;
si llega a echar raíz, tarde se cura.








El ratón campesino y el rico cortesano




Un ratón campesino tenía por amigo a otro de la corte, y lo invitó a que fuese a comer a la campiña.
Pero como sólo podía ofrecerle trigo y yerbajos, el ratón cortesano le dijo:
- ¿Sabes amigo que llevas una vida de hormiga? En cambio yo poseo bienes en abundancia. Ven conmigo y a tu disposición los tendrás.
Partieron ambos para la corte. Mostró el ratón ciudadano a su amigo trigo y legumbres, higos y queso, frutas y miel.
Maravillado el ratón campesino, bendecía a su amigo de todo corazón y renegaba de su mala suerte.
Dispuestos ya a darse un festín, un hombre abrió de pronto la puerta. Espantados por el ruido los dos ratones se lanzaron temerosos a los agujeros.
Volvieron luego a buscar higos secos, pero otra persona incursionó en el lugar, y al verla, los dos amigos se precipitaron nuevamente en una rendija para esconderse.
Entonces el ratón de los campos, olvidándose de su hambre, suspiró y dijo al ratón cortesano:
- Adiós amigo, veo que comes hasta hartarte y que estás muy satisfecho; pero es al precio de mil peligros y constantes temores. Yo, en cambio, soy un pobrete y vivo mordisqueando la cebada y el trigo, pero sin congojas ni temores hacia nadie.











La gallina de los huevos de oro

Un granjero y su esposa tenían una gallina que ponía un huevo de oro cada día.
Supusieron que la gallina debería contener un gran terrón del oro en su interior, y para tratar de conseguirlo de una sola vez, la mataron.
Haciendo esto se encontraron, para su sorpresa, que la gallina se diferenciaba en nada de sus otras gallinas. El par de ingenuos, esperando llegar a ser ricos de una sola vez, se privaron en adelante del ingreso del cual se habían asegurado día por día.
Érase una gallina que ponía un huevo de oro al dueño cada día.
Aún con tanta ganancia, mal contento,
quiso el rico avariento descubrir de una vez la mina de oro,
y hallar en menos tiempo más tesoro.
Matola; abriola el vientre de contado;
pero después de haberla registrado
¿qué sucedió?
Que, muerta la gallina, perdió su huevo de oro, y no halló mina.
¡Cuántos hay que teniendo lo bastante,
enriquecerse quieren al instante,
abrazando proyectos a veces de tan rápidos efectos,
que sólo en pocos meses,
cuando se contemplaban ya marqueses,
contando sus millones,
se vieron en la calle sin calzones! 








Los lobos y los carneros. Fábula sobre la amistad








Intentaban los lobos sorprender a un rebaño de carneros.
Pero gracias a los perros guardianes, no podían conseguirlo. Entonces decidieron emplear su astucia. Enviaron unos delegados a los carneros para pedirles que les entregaran a sus perros diciéndoles:
- Los perros son los causantes de que haya enemistad entre ustedes y nosotros. Sólo tienen que entregárnoslos y la paz reinará entre nosotros.
Y los ingenuos carneros, sin sospechar lo que sucedería, les entregaron los perros, y los lobos, ya libres de los perros, se apoderaron sin problemas del rebaño.
Fin
Moraleja: Nunca entregues a los enemigos, a los que te dan el apoyo y protección.













    El oso y la colmena
    Texto: Colectivo de Zunzún
     

    El oso y la colmena
    Este oso hocicón es muy goloso. Le gusta la miel que fabrican las abejas, que son muy trabajadoras.
    Un día saltó la cerca del jardín donde ellas tenían su panal. Se acercó despacito y trató de robárselo, para después darse una panzada con la miel.
    Las valientes abejas lo sorprendieron y empezaron a picarlo. El oso salió huyendo, mientras espantaba a las que lo alcanzaban. Cuando estuvo lejos, las abejas regresaron a su colmena.
    Desde ese día, el oso aprendió a respetar el fruto del trabajo de los demás.












    La paloma y la hormiga
    Texto: Mari Pulido
    Ilustración: Sonmy


    La paloma y la hormiga
    Forzada por la sed, una hormiga fue al manantial a beber, pero la corriente la arrastró.
    Estaba a punto de ahogarse cuando una paloma que la vio desde un árbol, desprendió una ramita y la tiró al manantial. Rapidísima, la hormiga, se subió y llegó a salvo a la orilla.
    Mientras tanto, un cazador de pájaros, que andaba cerca, se adelantó listo para disparar a la paloma. Lo vio la hormiga y le picó en el talón, tan fuerte que le hizo soltar su arma. Así la paloma aprovechó el momento para alzar el vuelo.
    —Gracias, amiga –gritó la paloma desde lo alto.
    —No hay de qué, hermana –respondió la hormiga–. Debemos ser siempre agradecidos.





    El árbol que hablaba







    El árbol que hablaba
    Un día, mientras el león paseaba por la pradera encontró un árbol muy extraño; las hojas parecían caras de personas. Escuchó con atención y oyó cómo el árbol hablaba. Asombradísimo dijo:
    -¡Nunca he visto algo tan raro!
    Apenas hubo dicho esto recibió un fortísimo golpe y quedó inconsciente. Al despertar, pensó en sacar provecho de la situación. Llevaría hasta allí a sus presas y no se esforzaría en cazar.
    Así que salió en busca de su cena.
    De esta manera, una tras otro, fueron cayendo en su trampa muchísimos animales.
    ¡Qué inteligente soy! -se decía el león contentísimo- ¡Comeré como un rey!
    Pero, un buen día encontró en su camino a la astuta liebre y pensó que también podría engañarla.
    Así que repitió ante ella toda su historia ofreciéndose a llevarla hasta el maravilloso árbol. Al llegar dijo la liebre:
    -¡Qué árbol tan grande!
    -Eso no es lo que debes decir -repuso el león.
    Es cierto, contestó la liebre, y volvió a hablar con el árbol halagándolo.
    -¡No!, -rugió furioso- no es un árbol hermoso. Debes decir que nunca has visto algo tan raro.
    E inmediatamente cayó derribado por un fuerte golpe.
    -¡Ay, león! -dijo riendo la liebre- No puedes engañar a todos por mucho tiempo.
    Y se fue muy feliz a avisar a sus amigos para que nadie más cayera en la trampa.








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